Vagabundo
Antes de comenzar, quiero aclarar
a lectores y detractores que todo lo que en estos blogs comento es sencillamente
producto de mis suposiciones, de mi dura experiencia y de las muchas hostias
que el poderoso establishment reinante me ha infringido a lo largo de
demasiados años; tantos como los que lleva siendo "puteada" una joven de 20 años
desde su más tierna infancia. Por tanto, estas presunciones y suposiciones
interprétense como simples opiniones y reflexiones personales. Que cada cual las entienda procedentes o no. Yo desde luego me las creo,
aunque me reservo esa supuesta “paranoia” con la que a algunos malnacidos les
encantaría etiquetarme. Quede ahí ese frágil escudo antihostias por lo que pase…
Hace unos días, me llegó un mensaje
a través de uno de los blogs que tengo hibernado por diversos motivos desde
hace ya más de dos años ( Repasar ¿Parada final? ).
El mensaje en cuestión era una
solicitud de información de una joven, referente a un caso de suicidio inducido por el terrible
bullying o acoso escolar. Un caso, por cierto enterrado prácticamente desde el
suceso del mismo por supongo, demasiada incomodidad global.
Detrás de esa solicitud, se
encontraba no una posible víctima directa actual; tampoco una persona que
quizás, curiosa y preocupada por circunstancias intentase ayudar a alguien o simplemente
conocer la realidad y la cara demasiada oculta de esta tétrica y cínica realidad
escolar. Era mucho más. Era y es la hermana de una pequeña, Saray Mondragón, que
con tan sólo13 años, presionada y coaccionada se vio obligada a saltar al precipicio,
hace ahora cuatro años…
(Consúltese
Aunque desconozco la edad de esta
joven inmigrante y aunque soy consciente de que mis palabras pueden hurgar amargamente
en el triste episodio de ese pasado cercano, finalmente he querido contestar a las
inquietudes y enorme dolor de esa hermana de Saray. No ha sido fácil tomar aliento
y escupir tanta vergüenza y aunque, insisto, desconozco si estas palabras dañaran
más que ayudarán a esa familiar, por dignidad, ética y por qué no decirlo, por apoyo
moral a esa familia, he considerado finalmente que hechos como estos deben
salir a la luz pública y mostrar las muchas vergüenzas que hay que lavar y eliminar
en esta nuestra cínica sociedad actual. El silencio, en estos casos, entiendo que sólo
ayuda a quienes dieron lugar a que la pequeña se viese obligada a dar ese salto
mortal y por extensión, a los demasiados testigos mudos y cobardes que por
omisión/comisión nada ayudaron. Saray, al igual que demasiadas víctimas no se
merece ni este silencio cómplice ni el olvido cómodo y distante, ajeno de tanta
gente.
Estimada joven, te contesto:
Conocí el caso de tu hermana por
determinadas publicaciones aparecidas en los medios de comunicación. Indagué,
dentro de mis exiguas posibilidades sobre ese dramático caso y entendí que
había que difundir y denunciar el caso desde mis muy limitadas bitácoras. No sé
nada más del caso de tu hermana, Saray Mondragón. Sí sé y compruebo que fue muy
llamativo cómo se diluyó ese grave caso de acoso escolar en tan breve tiempo y
en tan -cuentan-“civilizada y democrática” nación como es esta nuestra “Grande
y Libre España”.
Cuando un caso no se conoce,
entierra o no se difunde, desaparece. Es decir, pasa a no existir en la
práctica. A fecha de hoy, si se busca con los navegadores típicos por Internet,
la sospechosa falta de información sobre el trágico suceso llama la atención; apenas existe y alguna que otra publicación
aparecida en su día ni siquiera se encuentra ya…
Sólo sé que, después de cuatro años
de su trágica y vergonzosa muerte (yo denomino a estos casos suicidios
obligados u homicidios inducidos), NADIE se acuerda de Saray y de su trágica
muerte.
NADIE, para vergüenza de todos:
-
Vergüenza de aquellos
hostigadores implicados que con sus burlas, rumorologías, críticas, bloqueos
sociales, chantajes emocionales, amenazas, manipulaciones, intimidaciones, marginaciones,
menosprecios, actitudes soeces y discriminatorias consiguieron aislarla y
excluirla del resto de compañeros para luego bajo esa presión cruel empujarla
indirectamente a tomar esa fatal decisión de saltar al precipicio.
-
Vergüenza de “compañeros”
cobardes, asépticos y vacíos que no fueron capaces de auparla, arroparla y
mostrar la empatía debida que se presume es parte del ser humano, para no ser
presa fácil y solitaria de tanta rapiña humana, de tanto depredador miserable.
-
Vergüenza de ese
colegio “católico” y de quienes se arropan en una religión, sea la que sea, para preservar sus
culpas aferrándose al “Divino”, cual actitud sacrosanta y aopologética de
sociedades fachas y carcas, como lo demostraron los comentarios aberrantes y
cínicos de una vergonzosa AMPA.
-
Vergüenza de todo un
Sistema Educativo que facilitó el corporativismo hipócrita y cómplice de todas
las instituciones implicadas para que el caso de Saray se quedara en un suceso
triste y poco más, cual jodido accidente esporádico, puntual y excepcional.
-
Vergüenza de
la opinión pública y de la inmensa mayoría de los medios de comunicación
nacionales que, cual ave de rapiña, sobrevoló el caso cual cadáver ya extinto y
comido, sin importar las extrañas circunstancias y gravedad del caso, quizás
por impertinencia o incomodidad del asunto.
-
Vergüenza de toda una
sociedad en su conjunto que, me temo fue adormecida, manejada e incluso
desinformada para que ese grave caso de suicidio inducido fuese un caso de
tercera categoría; un mal menor, poco interesante y menos aún recomendable para
que la elite que maneja los medios de comunicación y por tanto, la política de
este “grande y libre país” lo diese a
conocer. No era recomendable para los simples y abducidos ciudadanos de a pie
que una “vulgar sudaca” pusiera en entredicho la “honesta” responsabilidad del
Sistema Educativo; tampoco la “virginal honorabilidad” de reputadas
congregaciones católicas…
-
Vergüenza y asco de
minusvalorar, disfrazar y ocultar el caso porque Saray, sencillamente era
colombiana y eso en esta España de hoy
lamentablemente como en esta España de siempre, para no pocos es sinónimo de
diferenciación e infravaloración, motivos para que la vil xenofobia y racismo
de unos contribuyese a que Saray psicológicamente fuese vapuleada, linchada y
finalmente empujada tras tantas coacciones grupales a saltar desde ese quinto
piso.
Lamentablemente, según su colegio,
ese salto fue el que una niña da a quien ama, a quien anhela abrazar
“para reunirse con nuestro Señor,
gozando del descanso y la felicidad eternas junto a la Virgen y a Madre
Alberta”
Para sus hostigadores directos y muchos
de los que conformaron ese equipo de cómplices y cobardes testigos mudos, me
temo que el hecho de saltar al precipicio de esa pobre niña representó para sus
escuálidas y muy subdesarrolladas empatías el burdo castigo que impondría una
autoridad fronteriza, cual vulgar retorno a su país de destino, sólo que el
viaje de ida no fue a la hermosa Colombia sino a un limbo cínico y desdichado.
Un viaje obligado a ninguna parte sin posibilidad de retorno.
Tengo una hija que ha sufrido y
sigue sufriendo el azote de este terrorismo psico-social y educativo que
representa el acoso escolar. He de reconocer que aunque ella afortunadamente no
dio ese paso desdichado y fatal hacia la muerte, de alguna forma también la he
perdido. Ella ha cambiado radicalmente, tras las enormes secuelas psicológicas
y conductuales que tanto daño y mella han hecho en su personalidad; tanto que a
día de hoy, perdida y desubicada, desconoce quien quiere ayudarla y quien
pretende dañarla. Confieso que estoy asustado y muy preocupado porque ya no sé
cómo ayudarla. En este sentido, quienes somos víctimas de ese terrorismo
(víctima principal y familiares más cercanos) sabemos por defecto y por
experiencia que nadie nos ayudará. Tampoco ella lo pone fácil y es reacia a
recibir ese apoyo necesario. Sus muy duras vivencias la han marcado de por
vida. Ella no es ni será ya nunca la que fue y conocí.
Hace escasas fechas mencionaba y
recordaba el caso de tu hermana Saray, entre
otros, en un escrito a unos típicos “perritos falderos” que sustentan la dirección de
un centro donde mi hija sólo pudo aguantar un trimestre y no más:
“Respecto a la falta
de escolarización referida por ustedes, ya les recordé también el obligado exilio de mi hija, tras
manifestaciones muy graves sobre su integridad física, dado el calvario sufrido
en anteriores escuelas. Yo, al menos, cuento hoy día con mi hija, muchas otras familias desgraciadamente no
pueden decir lo mismo. Les recuerdo unos pocos casos de suicidios inducidos
por ese cáncer silencioso, cómplice y cobarde denominado acoso escolar; unos pocos casos de los muchos que se
ocultan a la opinión pública; casos como el de Jokin Cebreros en 2004, tras
tirarse de la muralla de su localidad, Hondarribia, que ni mucho menos fue el
primer caso de acoso escolar en España, aunque sí el primero en alcanzar
trascendencia mediática; el de Carla Díaz Magniem en 2013, la chica que se tiró
por los acantilados en Gijón con tan sólo 14 años; Sarai Mondragón, joven colombiana con 13 años; Mónica Jaramillo con
15 años, Arancha, chica de 16 años que se tiró desde un 6º piso en Usera; Diego
un chico de 11 años que se tiró de un quinto piso, hace ahora dos años; Alan de
17 años hace un par de años; Lucía, joven murciana de 13 años que se quitó la
vida hace apenas un año, al igual que Unai con 12 años; Zulima de 16 años que
se quitó la vida el pasado 19 de noviembre, como también lo hizo la joven de 17
años, Elisabeth en Navarra … todos/as ellos/as de una forma u otra obligados/as
a ir a un lugar donde lo de menos era el aprendizaje, socialización y cooperación,
como tan repetidamente se nos cuenta…”
Me quedo en este tintero virtual a muchas
víctimas: Cristina Costa, que con 16 años, se vio obligada a tomar una fatal
decisión, el 24 de mayo de 2005; como así también lo hizo Daniel Peña Sánchez
con 19 años, el 21 de diciembre de 2013 y tantos otros que de un modo u otro
sintieron esa presión cruel y despiadada de una manada de sinvergüenzas
secuaces para, como presa fácil, verse obligados a tomar tal decisión radical y
trágica. Supongo que entre esas muchas víctimas, no habrá pocos casos de
anónimas y olvidadas víctimas que habrán sido dadas de “baja” por suicidios sin
más; sin aclarar el origen nuclear de tan fatal decisión. He de recordar que
Jokin fue la primera víctima oficial
de este terrorismo disfrazado en el año 2004. Primera víctima oficial de este cáncer socio-educativo
pero me temo ni mucho menos la primera víctima real. Apuesto que,
lamentablemente, tras el anonimato se ocultan muchos más. En cualquier caso,
¡qué poco hemos aprendido! y, lo peor ¡qué falta de coherencia y
responsabilidad de quienes se denominan garantes institucionales!, entre los
que destacan las respectivas inspecciones educativas, responsables políticos de
turno y, por qué no decirlo, fiscales y Jueces que a menudo lejos de indagar e
investigar adecuadamente se escudan en archivar casos tan graves e incómodos como
los aquí comentados.
Aunque son sólo algunos ejemplos, todos
los casos expuestos son consecuencia de una indecencia y cinismo exacerbados,
ligados a la inacción, omisión de socorro e incluso comisión de posibles
delitos penales.
Personalmente el caso de Saray representa
para mi una vergüenza ajena y bajeza enormes, extremas, que dice muy poco de mi
país; de sus dirigentes y responsables e incluso de mi gente. En este sentido,
el silencio de este caso ha sido un silencio cobarde, mísero y nada consecuente
con la actitud de cooperación, dignidad y apoyo a quien lo necesite; más aún si
cabe a una niña que tan sólo contaba con 13 años.
Me da igual su procedencia, raza,
religión, ideología, cultura, identidad sexual, etc.
En este sentido, estimada hermana
de Saray, sólo puedo ofrecerte a ti y a toda tu familia mi pésame más sentido
hacia ella.
No puedo ni quiero entender actos
tan lúgubres y mezquinos para empujar a un ser a la muerte; más aún con tan
escasa edad. Saray no saltó. Como demasiadas víctimas, fue obligada por
presiones y coacciones a tomar esa fatal decisión. Estas muertes no son simples
suicidios, entiendo que representan homicidios inducidos.
Si dura y triste es la ausencia de
un ser querido; más aún lo es a estas tempranas edades y, sobre todo, en estas vergonzosas
situaciones, donde siempre impera el que algún aprendiz de psicópata elija a la
víctima por alguna diferencia o peculiaridad, independientemente de que ésta
sea positiva o restrictiva para los demás, pero a la postre diferencia. Y es
que, no lo olvidemos, este tipo de depredadores no tienen luz propia. No saben
ni quieren aceptar que para brillar no hace falta apagar la luz de los demás.
Luz que demasiados cómplices no se atrevieron a preservar. Luz propia que
seguro Saray, esté donde esté, seguirá transmitiéndonos.
Un abrazo para todos vosotros,
familia Mondragón. Mucho ánimo.